Cuando hagáis de los dos uno, y hagáis el interior como el exterior y el exterior como el interior y lo de arriba como lo de abajo, y cuando establezcáis el varón con la hembra como una sola unidad de tal modo que el hombre no sea masculino ni la mujer femenina, cuando establezcáis un ojo en el lugar de un ojo y una mano en el lugar de una mano y un pie en el lugar de un pie y una imagen en el lugar de una imagen, entonces entraréis en el Reino.

Tomás: códices III y VII de Nag Hammadi

Al ingresar en el templo de esta escritura nos hallaremos frente a una danza del Alma. Se trata del connubio de las energías que mueven espacio y tiempo creando lo vivo. Creeremos estar viendo el movimiento de los cuerpos, y sin embargo sentiremos el efluvio calórico de estar ejecutando esa danza, amarrada a nuestra memoria, desde la médula de los huesos; y desde lejos.

¿Denomino templo a esta escritura en cuanto a su estructura? Si.

¿En cuanto a su rica simbología? Si.

¿En cuanto a su profundidad y silencio? Indudablemente.

En la primera pregunta surge la unión de los mundos, el árbol de la vida que une lo alto y la profundidad. En la segunda, que no es realmente una pregunta sino una aseveración, cada uno de los enlaces de la escritura de Rubedo muestra densa y compacta mixtura de drama, prosa y verso reunidos, dentro del atanor ardiente del poema arrojado como flecha sobre el abismo. Se puede sentir la explosión gélida, mortal y liberadora del sentido. En la tercera pregunta se evidencia la apertura de innumerables caminos del sentido. Una libertad que la palabra identifica con el hilo de Ariadna a las puertas del laberinto.

Desprendidos desde las más altas montañas del sueño, precipitados como águilas de inmensas alas, advertimos que el texto nos muestra cómo la poesía es un método, una forma de conocimiento, un camino del conocer. Único que puede traspasar el cuerpo y el espíritu; y supone a ambos en el arrojo sexual del saber. La erótica dimensión del sí-mismo.

La poesía, sabemos, es una experiencia. Es una especie de valor o de arrojo, consciente o inconsciente, que nos lleva a encarar y a vivir los últimos límites de las últimas cosas: las tinieblas. La poesía es lo más opuesto a la cobardía. También es la experiencia profunda del misterio, de lo inexplicable.

Roberto Juarroz, “Poesía y creación”, diálogos con Guillermo Boido. Ediciones Carlos Lohlé, 1980, p.23

El poeta de Rubedo, es un iniciado por el trabajo en sí mismo. En su estilo, -que bien puede ser denominado saber constructivo-, no se trata pues de hacer un bello uso ni particular evocación de las palabras, sino que a través de éstas el poeta vuelve a su origen para encontrar la verdad del camino. La poesía es, entonces, un trabajo de espeleología del ser, una búsqueda interminable y por tanto abisal. Es un despertar por y desde las palabras, pues conforme al decir de Heidegger: el lenguaje es la morada del ser. Y por cierto que en su devenir surge el mayor peligro: como quiera que sea, no hay más comprensión del abismo que el propio abismo.

Existe un pasaje carmíneo, o silencio ardiente, en el encuentro-creación del amor. El rojo de la aurora dónde termina la noche y comienza el día. Es el rojo que indica el fin de las tinieblas. Pero más allá del fin de éstas o el comienzo de la luz, es la boda ígnea de ambas; la unión de los contrarios. Presenciamos un nacimiento. Una historia de los orígenes muestra el primer espíritu que vino arrojado desde el azul. Soñando miraba la superficie inmensa y deshabitada de la tierra. Su madre se entristeció por ver la soledad en que permanecía. Así, entonces, el Espíritu poderoso envío a una estrellita hermosa y refulgente para que lo acompañase durante sus días. Volando vino ella. Caminó luego sobre las piedras, hasta que sus pies sangraron. Y su sangre se convirtió en pasto, en flores, en agua. El color, la suavidad, alegraron a la mujer que las alzó deshojando pétalos que se transformaron en mariposas, en aves, en alados insectos. Sus tallos se transformaron en plantas, en árboles agradecidos de frutos. Despertó entonces el hombre con la sonrisa de la mujer. Ésta en él como la unión de la luna y el sol. Como una semilla sembraron en su corazón. Así comenzó la vida.

Tal vez únicamente la poesía pueda instituir la individuación, es la danza espacio y tiempo, el número, la música. Es una danza vertiginosa, y, sin embargo, la acinesia de los cuerpos declara la solidez del ser: la piedra del filósofo. Encuentro de ausencias, lejanías que se atraen como imán, que bajan al cuerpo y se aman y se desean, encuentro de océanos.

Ellos no miran: sobrevuelan todo cuanto puede ser visto.

Es improbable la existencia de un lenguaje, de un decir que pueda manifestar esta obra y su resultado. Y sin embargo está aquí, en un libro, el aire subterráneo de la verdad.

Roberto Molina (Santiago de Chile, 1964). Abogado. Fundador del grupo Lilith de poesía. Ha publicado La noche que duró tres días, editado por Mago editores (2008), Las legumbres onanistas, editado por imprenta Marcus Limitada (2008), La Cabeza de Juan editado por Mago editores (2009), Una sonata cristal editado por Mago editores (2010).

En estas palabras dichas entre un hombre y una mujer, existen escondidas también las palabras divinas entre Dios y la Diosa.